Por Lalo Rivera
El hermano del Presidente de nuestro país, fue captado en un vídeo recibiendo dinero de parte de David León, un conocido operador político de Manuel Velasco, Gobernador de Chiapas. Con todo esto pareciera que Andrés Manuel cree que la corrupción es sólo un acto personal que comete quien roba o miente, y no quien deja que otros roben o mientan. El video parece como la clásica triangulación de recursos públicos para las campañas; finalmente empiezan a tener sentido todos los apapachos al gobernador de Chiapas, como el apoyo que le dio Morena para su licencia como Senador y que pudiera volver a Chiapas y medio arreglar su desastre. Pero en este momento todo siguen siendo suposiciones.
Esta situación le pega al Presidente en lo que siempre nos planteó como su cualidad más importante: la honestidad. Todo lo que había sucedido con el caso Lozoya contra los ex presidentes, secretarios de estado y líderes políticos, combinado con ese discurso de la honestidad, fortalecieron esta idea de que López Obrador es aquél que busca derribar, a toda costa, el régimen corrupto que gobernó México desde hace treinta años. Pero me da la impresión de que la respuesta del Presidente, frente a esta situación, estuvo desatinada; como dijera uno de mis analistas políticos preferidos: “en una democracia de más calidad, López Obrador estaría en una situación política muy delicada”.
Así como aquel alcalde en Nayarit (el que dijo que sí robó, pero poquito), la primera defensa de López Obrador fue plantear que fue mucho menos que lo que se robaban antes. Caray, en lugar de aprovechar la oportunidad y lazar derecha la flecha, hablar sin matices y reprobar esas prácticas que él, justamente y con toda razón, ha señalado a más no poder en la oposición y en gobiernos anteriores; para dejar en claro que es capaz de ser igual de frontal con la corrupción de sus rivales y la corrupción de los suyos. Esa omisión pone al presidente de la honestidad frente a ese espejo en donde se han mirado tantos mandatarios, pues, aunque estamos en un momento distinto de la vida nacional, da la impresión de que López Obrador ejerce el poder presidencial básicamente igual que sus antecesores. Sin embargo, la defensa que planteada pone al descubierto la moral de AMLO. Pareciera que él cree que los medios no son importantes, que como el espíritu de su proyecto es bueno, las pequeñeces burocráticas o las formas de financiamiento son lo de menos; si no se declaró el ingreso a la autoridad electoral, no pasa nada, un error mínimo. Si es dinero que viene de desviaciones, no importa: se limpia por los grandes principios que defiende Don Andrés Manuel.
Tristemente algo es cierto, la política en México no se hace sólo con buenas intenciones. En el pasado y ahora ha sido necesario fajarse, disciplinarse, negociar, ceder y tragar sin hacer caras. En México, (repito que tristemente), no se puede llegar a ejercer poder a cualquier precio; pero siempre hay límites que uno dibuja para sí mismo y el equipo de trabajo, son esas fronteras que no hay que cruzar, pues señalan un punto sin retorno. México no debería estar siempre entre los corruptos de antes y los corruptos de ahora. Tampoco es abona decir que todos son iguales, que no hay solución y por eso no vale la pena enterarse de la vida pública. No estamos donde quisiéramos, pero ese derrotismo no atiende a la realidad, porque este país ya no tolera como antes, ahora somos un país en donde el corrupto puede esperar un buen castigo en las elecciones; y Andrés Manuel López Obrador es prueba de ello.
No podemos saber si AMLO sabía la manera cómo se financiaba su partido en cada uno de los Estados de la República. Pero, el desconocimiento no lo hace menos responsable, porque cuando se grabó el video Andrés Manuel era presidente de Morena; aunque es poco probable que el Ciudadano Licenciado conociera los detalles de esa situación, no hay duda que permita negar que el acuerdo con Manuel Velasco lo hizo el Presidente. Si López Obrador sigue minimizando la situación, y no se realizan las investigaciones necesarias para aclarar todo, su credibilidad corre el riesgo de caer a gran velocidad; este suceso puede ser un antes y un después en su sexenio. El fin no justifica los medios, y el Presidente tiene que empezar a afrontar y hacerse responsable de quienes integran su equipo de trabajo.