Por: Lucía Medina Suárez del Real
El llanto desesperado y desgarrador de una familia por el asesinato de una pequeña de tres años de edad en Fresnillo, Zacatecas, borró –si es que alguna vez existió- la percepción de que la situación de inseguridad en la entidad se había tranquilizado.
Cientos de personas pudieron escuchar en vivo a través de las cuentas de Facebook de varios periodistas y medios de comunicación, el grito de una mujer que lloraba por su “negrita”, rodeada de policías y patrullas, luego de que sin mediar palabra hombres armados con un ak-47 abrieran fuego contra cinco personas que se encontraban en la vía pública en la colonia Esparza, entre las que estaba la niña fallecida, y dos adultos que también murieron, y dos más se encuentran heridos.
Apenas dos días antes, las autoridades en materia de seguridad aseguraban que este año sería mucho menos violento que el anterior porque comenzaba a funcionar la estrategia planteada en los últimos meses.
Sería injusto y falto de ética sacar por conclusión general que la inseguridad no ha disminuido basándose en un caso particular, así sea uno tan trágico como este, o como muchos tantos como el de Froy Iram, el de Cinthia Nallely, el de Antonio y Rosalía, y muchos, muchísimos más que están ahí esperando justicia.
Pero tampoco es justo decir lo contario, que cuando un caso se clarifica, se da con los presuntos responsables, y se les sanciona, entonces la impunidad ha disminuido.
Por eso se ve tan complicado combatir esa percepción de inseguridad tratándose como noticioso lo que debería ser cotidiano. Por eso, informar los decomisos, la recaptura de un fugado, el hallazgo de un vehículo robado, no han servido, al menos al grado que quisieran, para hacer sentir segura a la ciudadanía.
Quizá el problema mayúsculo es que se ha hecho todo cuanto ha sido posible para combatir la percepción de inseguridad, pero no así por eliminar a la inseguridad misma. Se busca hacer sentir que todo está bajo control, en lugar de dedicar los esfuerzos a mantener el control.
Así pareciera cuando se esmeran en hacer malabares aritméticos y retóricos para matizar la información de la violencia. Para muestra un botón: cuando el periodista Humberto Padgett bautizó en medios nacionales a Zacatecas como “la capital del secuestro”, más se trabajó en combatir la etiqueta, que en explicar las acciones de fondo para que ese delito que antes nos parecía tan lejano, permaneciera así.
El periodista basó su calificativo en las cifras que situaban a Zacatecas con el mayor porcentaje de secuestros en relación a cada 100 mil habitantes, a lo que se respondió con palabrería que en el fondo justificaba que ese dato se debía no a que tuviéramos muchos secuestros, sino que a que teníamos poca población.
En esos mismos malabares se remarcó en noviembre y diciembre la disminución en los índices de violencia, aunque de agosto a octubre del año pasado se rompieron los récords al respecto.
Se nos dice pues en las buenas noticias que la estrategia ha funcionado, pero sin pudor en los malos momentos se nos dice que son razones ajenas a las acciones gubernamentales, ya sea por reacomodos en las organizaciones delictivas, o por situaciones de índole nacional. ¿Con qué argumento, más allá de la fe se puede sostener uno u otro argumento? ¿Cómo puede sostenerse la diferencia?
Se nos presume ahora de una estrategia, pero no parece haber claridad con respecto a cuál es esta. Al principio del sexenio se nos hablaba reiteradamente de la prevención del delito, pero nueve meses después Cinthia Nallely fue violada y asesinada en una calle en penumbras.
Se nos dijo que la violencia no se combatiría con más violencia, que las balas no se responderían con balas, sino con inteligencia, pero paralelamente se presume la contratación de nuevos policías y los continuos llamados del gobierno estatal para aumentar el número de elementos de la gendarmería, la Marina y el Ejército Mexicano para cuidar las calles.
Lo que sí queda claro es que la estrategia política al respecto es aumentar el presupuesto
Vamos a ver si, contrario a lo demostrado en los últimos años, mayor presupuesto significa mayor seguridad, aunque las cifras del año pasado no nos dejan muy optimistas. Un presupuesto récord (768 millones de pesos) nos dejó también un número de muertos récord (724 homicidios).