Por Lalo Rivera

En la medida en que un discurso optimista se apoderaba de la conversación pública, la alegría que gritaba que se había domado la pandemia, se empezaba a transformar en incertidumbre; la información confiable en vacíos; las explicaciones oportunas en mucha confusión. Todo rodeado de una verdad que no podemos cuestionar, ésa que está en los propios datos del Gobierno de México: concluimos esta etapa del combate al coronavirus, la etapa del confinamiento más estricto, justo en el momento de aceleración de los contagios. Y, aun así, lo que más inquieta es que después de los insuficientes esfuerzos institucionales y ciudadanos, el gobierno federal y el gobierno local nos dijeron que ya estábamos listos para volver.

Hoy en Zacatecas estamos de vuelta al semáforo rojo y tenemos que asumirlo afrontando una verdad: la economía no soporta más. En Zacatecas, por la ausencia de recurso para el desarrollo de programas de apoyo económico, más aislamiento supondría muertes, ya no por COVID, sino por no poder llevar comida a la mesa; no podemos olvidar que más del 60% de la población económicamente activa de nuestro estado es informal. Pero también procuremos recordar que quien presiona para abrir no son los comerciantes informales, artesanos, trabajadoras domésticas o profesionistas. Quien está detrás de cámaras exigiendo la reapertura son los grandes intereses económicos de nuestro estado, quienes quieren evitar un nuevo confinamiento, aunque el costo en vidas pueda ser alto. Se está poniendo la política y los intereses económicos por encima de la salud.

Nadie nos puede garantizar que sea seguro salir el día de mañana, pero sin duda podemos retomar, con prudencia, actividades para las que podamos usar todas las medidas preventivas. No podemos olvidarnos de guardar la Sana Distancia cuando es justamente distancia social lo que necesitamos, porque siguen infectándose y muriendo un gran número de Zacatecanos por coronavirus cada día; y, por supuesto, hay otro error que ciudadanos y autoridades hemos cometido: no le hemos dado la importancia que merece el uso de cubrebocas, caray, una gran parte de literatura científica (si no es que toda) señala que el uso del cubrebocas es fundamental para evitar que una persona con algún síntoma pueda contagiar a otros, o incluso, que casos de coronavirus asintomáticos puedan esparcir el virus sin darse cuenta al hablar, estornudar o toser; sin embargo pareciera que muchos comenzaron una guerra contra el cubrebocas, a las que muchas autoridades se han sumado; un presidente, con tanta visibilidad como López Obrador, debería ser ejemplar en su comportamiento y congruente con el discurso científico que sugiere su uso, no es posible que un epidemiólogo haya tenido que robarle luz al sol del debate político en México, para enfrentarse al relativismo científico que defiende.

Una cosa es cierta, no podemos hacer nuestros estos cuidados de forma solitaria. Necesitamos fortalecer nuestro sentido de comunidad, conversar, acordar y renovar nuestro contrato social para enfrentar mucho mejor el Coronavirus, el egoísmo es un vehículo para el miedo, y, en realidad, no es la competencia lo que ha logrado que la civilización se desarrolle, ha sido el trabajo colaborativo cuando nos fijamos objetivos comunes; el coronavirus abre un debate inevitable sobre la manera en la que vivimos. Nos hemos cuestionado hasta un replanteamiento del trabajo, porque la contingencia nos ha enseñado que las horas nalga en las oficinas son totalmente prescindibles, que algunas juntas pueden ser sustituidas por un correo. Si el mecanismo de contagio es la aglomeración de personas en espacios cerrados por un tiempo prolongado, cambiemos nuestros hábitos socialmente para disminuir esos encuentros a la menor medida posible; desde la perspectiva de las Políticas Públicas, la atención institucional debería estar ahí, más que en implementar un hoy no circula para “reducir la movilidad”.

Las feministas plantean que “lo personal es político”. Y es cierto. Lo personal, lo privado, lo familiar, lo íntimo; todo es político. Es a través de ello que se evidencia nuestra vulnerabilidad. La fragilidad del sistema nos obliga a preguntarnos: ¿podemos vivir diferente? ¿es necesario que vivamos estresados, angustiados y ansiosos? ¿por qué somos tan indiferentes ante el cambio climático? ¿deberíamos impulsar el desarrollo de los servicios públicos de salud, transporte, etc.? ¿vivimos bien? ¿qué nos ha dejado el individualismo y romper los lazos de solidaridad? El coronavirus y la vuelta al semáforo rojo es una nueva oportunidad para replantearlo todo.