Por Lucía Medina Suárez del Real

Como Nelson, el niño bully de Los Simpson, Donald Trump tiene un prestigio que cuidar. La bravuconería que lo llevó hasta el poder tiene que volver a la carga en la medida que requiere coquetear con su electorado, y en la que se le complican la presidencia.

Así ocurrió esta semana, cuando el fiscal especial Robert Mueller, responsable de la investigación sobre el Russiagate, explicó que si bien no había apuntado las armas hacia Trump, tampoco lo había exonerado, dejando el asunto con la ambigüedad suficiente por si alguien quiere iniciar un impeachment.

Y ni modo, Trump buscó irritado un costal de box con quién ejercitarse en sus temas favoritos: amenazas arancelarias, y “lo mucho que Mexico se ha aprovechado de Estados Unidos”.

No son estos sus primeros embates, ya antes había buscado el enganche con dos o tres tuitazos de los que no obtuvo respuesta. Esta vez fue un poco más lejos de las bravatas verbales y pasó a hacer un leve empujón de esos que desequilibran al contrincante, y comunican el reto. Ahora la amenaza fue concreta: imposición de aranceles generalizados del 5% de inicio hasta llegar al 25 por ciento, y ya de paso dar por muerto el T-Mec.

De cumplirse la amenaza habría altos costos para EU. En principio perdería toda credibilidad, pues el mensaje al mundo es que a razón del humor de su presidente, en cualquier momento podrían incumplirse los acuerdos comerciales hablados por meses y años que incluso requieren aprobación de poderes legislativos.

También se verían afectados los consumidores de ese país por el encarecimiento de productos, no solo mexicanos, sino probablemente también los producidos localmente que verían la oportunidad de aumentar su margen de ganancias.

Ya ni hablar de la industria acostumbrada a fabricar algunos componentes en México, aunque el producto final se haga allá.

Trump, según sus propias declaraciones, calcula que esto significaría que miles de fábricas volvieran a Estados Unidos con la consecuente creación de empleos allá.

Es una remota pero existente posibilidad, tendrían que hacer cuentas para ver si por ese 25% de aranceles vale la pena abandonar un país donde el salario mínimo por día es de aproximadamente 6 dólares; más o menos la mitad de lo que allá tendrían que pagar por hora; además de los costos de electricidad, gas natural, agua, impuestos, etcétera.

Bravuconadas, pues, a las que no puede responderse de la misma manera porque nos guste o no, tratamos con el vecino, con quien compartimos kilómetros de frontera, que alberga a 38 millones de mexicanos, y quien es nuestro principal socio comercial, aunque a partir de este año, también México es el principal socio de ellos. (Ver  https://amp.elfinanciero.com.mx/economia/por-vez-primera-mexico-es-el-mayor-socio-de-eu )

Con todo ello, urge hacer conciencia de la necesidad de alcanzar la soberanía que nos permita reaccionar a estos momentos de tensión con más margen de maniobra, tal como lo tiene China, cuyo veto a su empresa Huawei solo provoca que aceleren el desarrollo de la tecnología que ya estaba en camino.  

Es también momento de unidad y de cerrar filas, porque como bien advirtió Carlos Slim, Trump mide fuerzas, y si encuentra fortaleza negocia, y si encuentra debilidad avasalla.

En ese tenor bien hacen el propio Slim, las cámaras empresariales, y diversos círculos críticos en respaldar al presidente de la República frente al embate, tal como en su momento hiciera López Obrador cuando tocaba a Peña Nieto lidiar con las andanadas electoreras de Trump.

Si los pleitos ni ganados son buenos, menos aún son convenientes cuando el nivel de dependencia de México es tan alto.  Por eso son tan irresponsables los llamados a un enfrentamiento frontal y las desestimaciones de los esfuerzos por evitar la confrontación.

Además de ello hay hipocresía, porque muchos de quienes hoy llaman a batir tambores mucho han hecho por generar esa dependencia.  

Ojalá la lección esté aprendida y se deje de pensar que la soberanía, sobre todo en ramas tan importantes como lo energético y lo alimentario, ya pasaron de moda. Es ahí donde se requiere el paso firme y veloz para alcanzar esa meta cuando menos a medio plazo.

 

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