Por: Heraclio Castillo Velázquez

Hace unos días la asociación Casa de Engracia y la Secretaría de las Mujeres (Semujer) organizaron la presentación del libro “La cosificación virtual de las mujeres”, de Valentina Tolentino Sanjuan, en el marco del 25 de Noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Ahí compartí micrófonos con la autora y Adriana Rivero Garza, titular de la Semujer, en una amena charla de donde surgieron diferentes dudas en torno a las mujeres y cómo combatir la violencia simbólica hacia sus cuerpos especialmente a través del internet.

Lamentablemente a esta charla no asistió ningún diputado, ni siquiera aquellos que pueden incidir en algunas reformas (necesarias) a las diferentes leyes que protegen a las mujeres para actualizar el marco normativo. Y es que durante la presentación hubo preguntas fundamentales de las cuales se podrían derivar diversas iniciativas para ampliar las garantías de protección para las mujeres.

Desde el momento en que alguien sube una fotografía al internet deja de ser privada y pasa al terreno de lo público, muy a pesar de los diferentes filtros de privacidad que tienen las redes sociales. Así pues, cuando este contenido se comparte con otra intención diferente a la del autor original, puede generar una cadena que llevaría a resultados negativos.

El ejemplo más claro es cuando una mujer sube a las redes una foto de su cuerpo quizás porque ese día su sentir respecto a sí misma era positivo. De pronto, alguien de entre sus contactos comparte la imagen (o según los filtros de privacidad, descarga la imagen y la comparte o hace captura de pantalla en el mismo sentido) y comienza esta cadena que va alimentando una violencia simbólica donde el cuerpo pasa a ser “objeto de consumo” y en algunos casos puede llegar al feminicidio como última consecuencia, cuando el victimario (o la victimaria) toma una vida porque se siente propietario (del cuerpo) de la víctima.

Quizá se trata de un ejemplo muy drástico, pero es una cadena frecuente en la actualidad y de la cual surgen varias preguntas: cómo fomentar el respeto al cuerpo de la mujer para no llegar a esta violencia simbólica, qué tan frágil es la línea que divide lo público de lo privado al tratarse del cuerpo de la mujer, cómo regular el uso de estas imágenes en el internet para combatir la violencia hacia la mujer sin violentar (valga la redundancia) la libertad de expresión, hasta dónde la falta de regulación (en especial entre los medios de comunicación) ha permitido reforzar estereotipos sobre el cuerpo de la mujer visto como “objeto de consumo” a tal grado que su identidad gira en torno a este cuerpo-mercancía como “deber ser” de la mujer.

Estas y otras interrogantes fueron planteadas por Adriana Rivero Garza y corresponden a ciertas preguntas entre quienes asistieron a la presentación. Y es que este tipo de violencia simbólica ni es nuevo ni es tan evidente en sus primeros indicios. Desde hace siglos ha formado parte de una cultura del patriarcado donde la (valía de la) mujer es definida desde su cuerpo como “objeto de consumo” y en la actualidad hay estereotipos tan arraigados que es difícil romper con estos esquemas, aunque no imposible.

En su investigación, Valentina Tolentino aclara que no se trata de coartar el erotismo y la sexualidad en el cuerpo de la mujer, sino de cambiar el mensaje. Sabemos que el patriarcado ha impuesto estereotipos en torno a la belleza, el erotismo y la sexualidad de la mujer, desde promover ciertas siluetas y rasgos físicos en el cuerpo, hasta limitar su actuar al ámbito privado y considerar la valía de la mujer a partir de su maternidad. Cualquier cuerpo fuera de estos estereotipos recibe atributos negativos que no solo son emitidos por los hombres, tal vez lo más grave es que son reafirmados por otras mujeres que incitan a sus pares a sujetarse a estos estereotipos. ¿Cómo romper con esta cadena?

Las instituciones están obligadas a hacer su parte, pero desde nuestro círculo inmediato podemos empezar a cambiar mentalidades educando en el respeto. Las mujeres deben ser propiedad de sí mismas. Un feminicida llega a serlo porque la cultura le permite sentirse propietario de una vida. No repitamos ni reforcemos estereotipos. Digamos No a la violencia contra las mujeres.