Por: Lucía Medina Suárez del Real
Dicen los que saben, que los datos son la nueva electricidad. Se refieren a su importancia en esta era al convertirse en uno de los insumos que deja más dividendos a las grandes empresas de la actualidad.
Las compañías más valiosas del siglo XX lo fueron con base en sus grandes inventarios, su número elevado de empleados y la comercialización de bienes tangibles con un valor agregado basado en estatus, fama, moda, u otros factores de percepción.
Comprar un producto de estas empresas era saber que se compraba un vehículo, ropa, tennis, etcétera. Se sabía qué se compraba, y se tenía claro cómo se pagaba.
Hoy los grandes monstruos empresariales son entes abstractos de los que no queda claro cuántas oficinas tienen, cuál es su inventario, y a veces ni siquiera hay certeza de dónde está su sede.
La lista de las empresas más grandes del mundo no está encabezada ya por comerciantes de metales, diamantes o petróleo, aunque por supuesto todavía puede encontrarse empresas de este corte en ella.
Grandes marcas como Facebook y Google superan en valor a compañías como Nestlé, Wal-Mart o Coca Cola, sin que le quede claro a la mayoría de la población en dónde está el negocio, si además, no cobran por ese servicio del que hacen uso lo mismo los entendidos y los ingenuos.
El negocio está en nosotros; en usted, en mí. Somos el producto. Somos nosotros, nuestros likes, nuestras búsquedas, nuestras preguntas vergonzosas que no haríamos a nadie, nuestros temores y deseos lo que comercializan estos grandes monstruos.
No es del todo novedoso, durante años los medios de comunicación se han sustentado así, de vender lectores (o audiencia), y no en vender información. Con la diferencia de que antes se vendía una tonelada de piedra en la que podía haber 100 gramos de oro, y hoy, gracias a los datos, se vende el oro puro.
Esta información permite a ese hotel en Cancún hacerle llegar sus promociones a aquel que ya tiene los boletos comprados, sin preocuparse en que su publicidad se pierda en alguien que no tiene la menor intención de viajar a ese destino.
Esos datos permiten hacerle llegar al dudoso votante gay, la información de que tal o cual candidato se opone al matrimonio igualitario de la misma manera que a quien esté en desacuerdo le hará saber que ese mismo candidato ha sido retratado sosteniendo la bandera emblema de la diversidad sexual y ha llamado a no discriminar.
Unos y otros obtienen la información necesaria para estimularlos o desincentivarlos de votar o no por un candidato, ir o no a ver una película, comprar o no tal marca de chocolates.
Esta es pues, la época de mayor libertad de expresión y al mismo tiempo la de menor libertad de pensamiento. Y lo peor, muchos no lo sabemos.
La aparente impredictibilidad de fenómenos como el Brexit o la elección de Donald Trump en buena medida se debe a que la gente asume como cierto únicamente lo que conoce a su alrededor.
Que un candidato es conocido si lo ubico yo, que si otro no lo es porque yo no lo conozco; que tal país está fatal porque conocí a una persona que es de allá; que tal gobernante está creando empleos porque me dio uno a mí en tal dependencia… son no solamente confesiones de estrechez mental, sino información precisa que conoce bien una empresa como Facebook producto de nuestros likes, comentarios, e incluso amistades, y con lo cual sabrá enviarnos lo necesario para cambiar de opinión, o fortalecerla.
En ese contexto, la comparecencia de Mark Zuckerberg, propietario y fundador de Facebook en el Congreso de Estados Unidos resulta de vital importancia independientemente de lo que suceda después de ella.
Con ese citatorio, se visibilizó lo que por años han estado advirtiendo entre otros, Edward Snowden, uno de los primeros en explicarnos que en este mundo donde toda la información está al alcance de un click… de ida y vuelta; es decir la que queremos saber, y la que se quiere saber de nosotros, incluso la de quienes se piensan ajenos a ese mundo, pues Zuckerberg reconoció que compilaban información hasta de quienes no tienen una cuenta en Facebook.
Nadie llama con esto a sacar las antorchas y prender fuego a nuestros teléfonos inteligentes y computadoras, pero bien valdría la pena ser consciente de la pecera en que vivimos, en la que nos ven, y en la que nadamos asumiendo que el mundo es sólo ese espacio limitado por el que nos ha tocado nadar.