Por: César Alejandro Aguilar

La llegada de la Caravana de migrantes hondureños al territorio mexicano ha suscitado un interesante debate en gran parte de la sociedad. Algunos en pro, otros en contra en redes sociales, medios de comunicación, charlas cotidianas e inclusive en discusiones académicas. Pero hasta ahora casi nadie ha procurado reflexionar por las bases mismas del fenómeno migratorio como una cuestión natural.

En el mundo natural, los seres vivos no atienden a los límites políticamente establecidos para conservarse y asegurar su existencia como individuos y como especies. Los animales acuáticos, las aves, los insectos, el aire, las nubes y el mar se encuentran en un movimiento constante que trasciende las nacionalidades sin necesidad de un pasaporte o documento oficial que los avale. Si esto ocurre así, entonces ¿por qué está prohibido el ingreso de las masas de hondureños a México? ¿O por qué los Estados Unidos refuerzan sus límites territoriales con un súper muro? ¿O por qué, en términos generales, simplemente se prohíbe la llegada de “extranjeros” a cualquier otro país si no cuentan con la documentación necesaria? En realidad, la respuesta seguramente es más compleja de lo que se pueda abordar en una nota periodística. Pero una cosa es innegable: la migración se realiza con el objetivo de garantizar la vida individual o colectiva de una especie. Aunque en el caso de la sociedad humana no sólo se trata de sobrevivir, sino también de vivir mejor.

Así, cuando un migrante (hondureño, mexicano, chino, de la nacionalidad que sea) se desplaza de una región hacia otra porque el entorno donde se encuentra no es considerado como el mejor para su desarrollo dejando atrás a su país, a su familia, sus tradiciones, costumbres y valores con la expectativa de un futuro mejor. En este sentido, muchos de los migrantes latinoamericanos persiguen “el sueño americano” (que en verdad a veces no es más que un sueño) creyendo que el medio en el que se encuentran no le aportan la seguridad que busca para prosperar. En muchas ocasiones la migración lleva a los sujetos a situaciones y vivencias más adversas de las que vivía originalmente, llegando en muchas ocasiones a encontrarse con la tragedia o inclusive la muerte.

Al día de hoy, los hondureños migrantes están conociendo a un México dividido. Hay quienes les apoyan con algún alimento, ropa o dinero, mientras que otros les ven con desprecio, recelo o desconfianza. Sin embargo, esta Caravana es un hecho histórico que marcará al país donde todavía no se sabe cuántos beneficios o perjuicios traerá este suceso en términos económicos, políticos, culturales, etcétera. Algunos lograrán su meta y vivirán en Estados Unidos, otros quizá se queden a vivir en México; algunos encontrarán algún un modo de vivir con “decencia” mientras que otros sean absorbidos por el crimen organizado o la trata de personas.

Por ello, la conocida metáfora entre centroamericanos: “Estados Unidos será el paraíso, pero México es el infierno” cobra un sentido casi literal. 

Éste es un buen momento para cuestionarnos si en verdad tiene algún sentido hablar de Derechos Humanos universales y seguir discutiendo con el viento por las cuestiones geográficas y los pasaportes ya que lo único que se ha generado es mayor división en una misma especie que es la humanidad; más bien hay que cambiar nuestra forma de pensar reconociendo que los seres vivos han transitado por todo el mundo aún desde antes de que existieran las naciones y sus límites territoriales, y lo seguirán haciendo le pese a quien le pese.