Por: Lucía Medina Suárez del Real

 

Como si hubiéramos viajado 40 años al pasado, en las discusiones de sobremesa y en las redes sociales, la semana anterior resonó un tema de conversación que parecía haber salido de la guerra fría.

Debido a la postura de México ante el conflicto en Venezuela, algunas personas reprochaban lo que a su consideración se trataba del apoyo a una “dictadura” y exigían la renuncia a la Doctrina Estrada y a los principios de no intervención que tanto prestigio dieron a la diplomacia mexicana.

No obstante la seguridad y firmeza de su rechazo a la posición mexicana, muchos –que no todos- de quienes sostenían esa posición tienen dificultades para definir en qué consiste una “dictadura” o para explicar aunque sea en términos generales la situación por la que pasa Venezuela. Predominan en sus respuestas los lugares comunes, las historias superficiales, las recreaciones de lo que se ha visto en televisión o en un lugar que ya ni siquiera se recuerda, los “un amigo me dijo”, los “una vez conocí a un venezolano”…

No es el objetivo de estas líneas defender la posición contraria, sino exponer que este pensamiento –acertado o no- es reflejo de una narrativa construida mediáticamente que posibilita que se asuma que nuestra percepción es “el lado correcto de la historia” aunque no tengamos claridad en el tema.

Basta para ello un ejercicio elemental: el nombre de Nicolás Maduro nos ha sido tan remarcado en lo mediático, que somos capaces de recordarlo por encima de cualquier otro mandatario latinamericano aunque haya otros conflictos en la región. ¿Recuerda usted el nombre de los presidentes de nuestros vecinos Guatemala, o Belice, por ejemplo?

Se podrá pensar que el conflicto social en Venezuela es tal, que necesariamente el foco de atención se concentra ahí. Pero entonces, ¿Sabemos que está causando la migración hondureña masiva?, ¿Cuántas víctimas dejó el atentado del 17 de enero en Colombia? Argumentamos que las elecciones en Venezuela no fueron democráticas, ¿lo fueron en Brasil cuando se sacó de la carrera presidencial al candidato que lideraba con encarcelarlo?, ¿lo fueron en Estados Unidos si el presidente actual tuvo tres millones de votos menos que su contrincante?

Suele pensarse que un dictador es quien lleva muchos años en el poder. Con ese criterio se calificaba como tal a Fidel Castro en Cuba. No obstante Nicolás Maduro tiene apenas cinco años gobernando Venezuela, mientras que Ángela Merkel domina en Alemania desde hace catorce años y lo hará hasta el 2021, y Vladimir Putin está en el poder en Rusia desde el año 2000.

Se diría entonces que en Venezuela cunden las protestas sociales y la represión, pero quién podría negar que hemos recibido mucha más información de ello que la que tenemos sobre Francia, donde los “chalecos amarillos” no viven una situación diferente y donde sus manifestaciones han llevado a toma de carreteras, saqueo de tiendas y a que se le prenda fuego a autos de lujo.

Conflictos sociales y políticos existen en casi todas partes del mundo, pero no son medidos con la misma vara. Sabedores de eso, el gobierno venezolano respondió a la amenaza de reconocer como presidente a Juan Guaidó si no se convoca a elecciones en una semana, advirtiendo a España que si en el mismo plazo no organiza un plebiscito entonces esa nación sudamericana reconocerá a la República independiente de Catalunya.

Los medios de comunicación juegan un papel fundamental para la construcción de esta percepción que nos hace mover los criterios de crítica cuando son necesarios para ajustarlos a nuestra ideología.

En ese terreno se nos ha acostumbrado a asumir que los medios privados tienen una línea más objetiva al no estar sujetos a un criterio gubernamental, pero cada vez más se es consciente que éstos también responden a intereses económicos que pueden influir en su línea editorial.

En Venezuela esa lección está bien aprendida y no son pocas las veces en las que el poder político ha peleado con el mediático. Por eso también esa nación junto con otros países sudamericanos pusieron mucha atención en la fundación de Tele Sur, que pudiera ser contrapeso a la información que tradicionalmente se difundía por CNN.

En el periodismo suele pensarse que la obligación es ir contra el poder, pero se olvida con frecuencia que a veces el económico está muy por encima de los poderes formales, y que, al contrario de cómo se pensaba hasta hace unos años, la urgencia no es a crear únicamente opciones privadas que den cuenta de esos intereses, sino también de construir alternativas públicas que tengan como eje rector el interés público.

Los nombramientos que la semana pasada hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador en cuanto a los medios públicos, dan optimismo porque además de tratarse de gente con trayectoria en la materia y prestigio ético, envían la señal de que se trabaja para fortalecer espacios mediáticos que tengan objetivos más allá del lucro.

Sea cual sea el rumbo que tome el país en los próximos años es fundamental tener medios que puedan subsistir más allá de “lo que vende”, y que en el mejor de los casos, sirvan para abonar a la pluralidad mediática que a todos conviene.