Por: Luis Medina Lizalde
En su visita del domingo 7 del presente mes y año, López Obrador, parecía condenar los signos de discordia visibles en el acto de la Plazuela Miguel Auza, cuando dice que no es momento de división pero al continuar su discurso dejó en claro que se refería a algo más general. Recordé una frase que me impactó cuando, siendo Presidente Nacional del PRD repetía una y otra vez “Los candidatos son de los partidos, los gobernantes son del pueblo”.
López Obrador cumplirá lo ofrecido al pedir el voto, se hará acompañar de figuras a las que conoció en su partido pero no hará un gobierno partidista, es decir, en su horizonte no está impulsar o tolerar el uso faccioso de las instituciones. Lo anterior no es una concesión especial, es lo que en toda democracia se pone en práctica, pero como en México nos adentramos a la realidad partidista viviendo más de 7 décadas de control absoluto de un solo partido que no conquistó el Poder desde la plaza pública sino que fue ideado en 1929 por el Poder mismo para que la disputa política no siguiera dándose a balazos. Tal circunstancia histórica fusionó en la mente colectiva al gobierno con el instituto político que primero fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR), luego Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y desde 1946 Partido Revolucionario Institucional (PRI), Para que nadie lo dude, hasta con los colores de la bandera se quedaron.
Con tan arraigada deformación de nuestra cultura política, a nadie le sorprendió que durante cuatro sexenios de conducción compartida entre el PRI y el PAN continuara el mismo modo de ejerce el mando institucional en el cual se privilegia lo faccioso por sobre lo institucional.
López Obrador es el Presidente Mexicano que se propone revertir el prolongado desvió, no por algo se inspira en obra y pensamiento de Don Benito Juárez, modelo de hombre de estado de talla mundial.
CADA COSA EN SU LUGAR
La cultura política aludida hace que muchos vean normal lo que es una aberración en democracia: Que se utilicen las posibilidades de un cargo institucional para imponerse en su propio partido, cambiando de naturaleza a los institutos políticos al privarlos de su condición de instrumentos al servicio de la sociedad para convertirlos en instrumentos de apetitos de particulares agrupados no por ideales sino por ambiciones vulgares.
Un lastre que nos ha costado mucho a los mexicanos se manifiesta en dos fases: El adueñamiento del propio partido de parte de gobernantes y el uso de lo público a favor de un partido y candidato en contra de los demás en procesos electorales. Tales prácticas fueron gestando intereses opuestos a los de la sociedad que para existir y acrecentarse desarrollan redes de complicidad envolvente dando por resultado la corrupción que hoy asfixia la vida pública.
Se normalizó la violación a las reglas en el ejercicio del cargo con fines particulares, así las nóminas de los tres poderes se empezaron a llenar operadores partidistas y de paso parientes, amigos, incondicionales y cómplices, consolidando esa especie de suicidio colectivo que es el desprecio a la ley.
Entre las múltiples transiciones que urge lograr a partir de la victoria de López Obrador está la separación clara de funciones partidistas de las de gobierno, haciendo valer aquello de que los candidatos son del partido y el gobierno es del pueblo.
CULTURA DEL CONTROL
Todavía no conozco al presidente o gobernador que no disponga de su partido como de su propiedad temporal, le pone dirigentes y les impone candidatos.
López Obrador, siendo priista, pensaba de otro modo desde que estaba en el PRI al que quiso inyectarle democracia sin éxito. Lo tronaron como su dirigente en Tabasco, tan alejado esta del caciquismo que impulsó el sorteo para posiciones plurinominales, la integración de su gabinete refleja lógica de inclusión, no se lleva con el uso faccioso de las instituciones.
Un sistema de partidos que separe lo partidista del servicio público nos dará competencia electoral civilizada, pacífica. La democracia siembra armonía, los abusos de poder generan encono, así funcionan las naciones que tienen procesos que se resuelven por décimas de punto y todos acatan.
El PRI incuba desde sus orígenes la cultura que confunde controlar con dirigir, por eso ha sido hogar de caciques, la modernidad democrática requiere de políticos con un profundo respeto al derecho que asiste a propios y extraños.
Nadie que atropella el derecho de otro logra respeto, nadie que invade campos que no le corresponden es de fiar.
El derecho del otro es tan sagrado como el propio.
Nos encontramos en El Recreo
@luismedinalizalde