Por José Luis Medina Lizalde

El “último grito de la moda”  de la profunda descomposición de la clase política mexicana surge  en Oaxaca cuando 17 ciudadanos se hicieron pasar por transgéneros  para acceder a candidaturas asignadas a mujeres conforme al principio de equidad de género que por iniciativa del  presidente Peña Nieto queda plasmado en nuestra Carta Magna.

El hecho que recién sale a la luz y circula por el mundo, refuerza  la imagen de corrupción que cotidianamente proyecta nuestro país y se junta con el récord histórico de candidatos asesinados,  ratificando una circunstancia que no debemos ignorar: Sea quien sea el próximo Presidente de la República recibirá un país en la crisis más profunda desde que emergió  la institucionalidad que remplazó a la del Porfiriato.

De ahí  derivamos  que el próximo primer mandatario no tiene más camino que gobernar sin ser rehén de fuerzas partidarias, sectoriales o ideológicas,   que tendrá que promover una dinámica de unidad nacional desde abajo para poder cristalizar los cambios que nos ubiquen en una normalidad aceptable.

Debemos abandonar  el mal hábito de fungir como ciudadanos solamente en tiempos electorales y después convertirnos en espectadores renegones pero pasivos.

Salta a la vista  que en todos los partidos políticos las imposiciones sutiles o descaradas, el uso faccioso de instancias partidistas y  la transgresión de la respectiva normatividad interna enturbian las aguas de la política.

La primaria reacción colectiva en contra de esa realidad  es la generalización sin discernir, refugiándose en el equívoco de “todos son iguales”.  Los que se oponen a la degeneración partidaria quedan solos y algunos resisten jurídica y políticamente no para sanear su partido sino por un interés estrictamente personal.

         DEL PARTIDO AL GOBIERNO

La sociedad mexicana  terminó admitiendo como normal una lista de comportamientos de los políticos que en otros ámbitos reprueba.  

El engaño  tomado como signo de astucia y no de inmoralidad, la honestidad, evidencia de ingenuidad. El nepotismo se combate cuando corre a cargo del adversario, pero en la primera oportunidad se practica. Los políticos “exitosos” desarrollan su carrera rodeados de falsos admiradores que le  impiden ver el desprecio social que acumula a su paso.

La descomposición moral no se encierra en la vida partidaria, de allí se  traslada a los congresos federal y local, a los ayuntamientos, a los gobiernos de los estados, a la presidencia de la República. El apoderamiento familiar de candidaturas, por ejemplo, le allana el camino a la corrupción a la cabeza de la cual se coloca un familiar que ejerce atribuciones que no le da la ley, hermanos recaudadores de sobornos, vástagos que colocan funcionarios, hijas que despiden trabajadores, esposas que de roles honorarios degeneran en poderes fácticos, etcétera.

El desplazamiento de la ley empieza con la violación a los estatutos y convocatorias de cada partido político de dónde camina hacia la instituciones públicas  en donde la complicidad está garantizada, el vínculo frecuentemente es el parentesco, cuando no es así la lealtad se asegura a partir de culpas compartidas (si caigo yo no voy a ser el único, se oye con frecuencia).

Hay hartazgo colectivo en dos planos principales: el de la ciudadanía con el gobierno y el de las militancias encuadradas en partidos con sus respectivas élites dirigentes, en ambos escenarios se cojea del mismo pie: la ley se pisotea.

Las elecciones de 2018 son las más importantes en casi un siglo debido a que en ellas confluyen todos los hartazgos, todos los agravios, todos los rencores sociales, unos están hasta la madre por la inseguridad de sus mercancías cuando viajan en tren o por carretera, otros por tener que pagar al cártel para no interferir en el la extracción del oro y la plata, otros por el miedo de que el hijo no regrese, los hay hartos de vivir con miedo o de la impunidad de los de la “estafa maestra” y  Odebrecht.

 También hay hartazgo de imposiciones de candidatos y por el descaro de caciques partidistas.

 HONESTIDAD EL REMEDIO, LEGALIDAD EL CAMINO  

En la sociedad confluyen los hartazgos de pobres, ricos y clasemedieros, en el sistema de partidos  confluyen los hartazgos de militancias de izquierdas y derechas, de partidos gobernantes y opositores. 

La degeneración de la vida en común no toca fondo, el último grito de la moda ya no son las fosas clandestinas sino los tambos de ácido, el último grito de la moda ya no es la imposición de la esposa sino la de hacerse pasar por transgénero  para burlar la ley.

Es hora de cambiar de rumbo.   

A un “problemón” colectivo corresponde una solución colectiva, el individualismo pospone la conquista de la legalidad partidaria y la eliminación de la corrupción del régimen.