Por: Luis Medina Lizalde

La interconexión entre países que se expresa en el acceso a la información instantánea de  lo relevante de los sucesos   en cualquier parte del mundo hace inevitable que los mexicanos nos asomemos a Brasil.  Lula,  héroe social por excelencia, el encomiable estadista que siendo obrero casi autodidacta manejo la crisis financiera mundial de 2008  con talento tal que se le aclamó en el planeta, sacó de la pobreza a 40 millones de Brasileños, mostró las potencialidades de una Latinoamérica unida e independiente de los designios de Washington, ha sido reducido a la impotencia y su verdugo recibe la recompensa a su vileza siendo escogido por Bolsonaro como Ministro de Justicia.

¿Qué tuvo que pasar para que el pueblo Brasileño le aplicara un castigo ejemplar a la izquierda que gobernó el país 15 años? ¿Cómo se explica que según todas las encuestas Lula se mantuvo  como el líder más querido, puntero en las preferencias electorales  de principio a fin? La aparente contradicción  se resuelve si admitimos que para los brasileños Una cosa es Lula y otra muy distinta los que lo apoyaron desde una diversidad semejante a la que respalda a López Obrador.

Es  momento de vernos en ese espejo. En el colapso de la visión progresista en Brasil seguramente hubo malas decisiones gubernamentales, sectarismo, alejamiento del sentir popular, indiferencia,  oídos sordos  a la crítica y muchas otras cosas  pero sin  duda, el motor del encabronamiento  de los brasileños contra la izquierda gobernante se llama corrupción, los episodios son harto conocidos.

                    CUANDO TODOS LOS GATOS SON PARDOS

López Obrador accederá al gobierno cuando la  impotencia institucional  permite  que el pillo más redomado no tenga  problemas para  obtener constancia de no antecedentes penales y acceder  a  responsabilidades  públicas y  la persona más honorable puede ser calumniada  sin que la ley la proteja con eficacia,  lo que  prolonga la existencia  de una clase política adicta a la mentira y al dinero en grado superlativo.

 

El problema del descrédito de los políticos se puede comparar con el de un ejército que en el momento de dar batallas decisivas no tiene respeto por sus jefes y oficiales.

La descomposición social de las sociedades latinoamericanas tiene en Brasil y en México manifestaciones dramáticas, para nuestro caso, cito breves fragmentos de “El fín del mundo se asoma en Guadalajara”   (Sin Embargo, diario digital) de Jorge Zepeda Patterson: “los ladrones han birlado 39  kilómetros de cable que alimenta el alumbrado público del periférico y otras vialidades de Guadalajara”  […] "36 transformadores"  […] ”Funcionario de la alcaldía  declara que se invierten   2 millones de pesos a la semana en promedio para reponer los cables de las escuelas de la zona metropolitana”[…]  “Ni los rondines ni las cámaras han servido para impedirlo”  refiriéndose a otras latitudes Zepeda prosigue. “Perforación masiva de ductos de Pemex por H Huachicoleros” […] "Descarrilamiento de trenes de carga por comunidades”[…] "Retenes de extorsión en caminos secundarios de la red de comunicaciones” y así por el estilo.

                            CON  LOS QUE  HAY QUE ARAR

El eminente Jurista Diego Valadez  percibe  a López Obrador librando solo la crucial batalla por separar el poder político del poder económico, en su valoración, ni sus legisladores ni su gabinete lo acompañan.

Es Lógico,   la  política mexicana todavía  no genera estadistas al mayoreo.  Muchos accedieron a cargos por factores ajenos a la preparación e inclusive a la coincidencia con el ideario.

La Cuarta Transformación depende de la tropa, es decir, de la ciudadanía  que con su activismo impulse a los buenos oficiales y releve a los proclives a que sigan las cosas igual.

Aprendamos en cabeza ajena, los privilegios son adictivos, Lula no lo tuvo presente y los detentadores de la riqueza Brasileña entraron como “Pedro por su casa” a corromper diputados, funcionarios, periodistas  y dirigentes partidistas.  Cuando Lula, lo advirtió las llamas ya lo habían alcanzado, los mexicanos estamos a tiempo de no correr la misma suerte si permanecemos alertas e intransigentes ante la corrupción.

                        PRUEBA DE FUEGO

              

La batalla contra la corrupción y la impunidad debe darse en todo el territorio y en todos los frentes, la delincuencia desde la sociedad no será erradicada sin antes poner punto final a la corrupción en ayuntamientos y legislaturas, en dependencias y órganos autónomos.

Viene la primera prueba de fuego para saber quién es quién  en los municipios y los estados, al igual que en la federación.

 Los que opten  por  altos sueldos y el despilfarro en viáticos y conceptos similares  nos anuncian que con ellos no se cuenta para la gran batalla de separar el poder político del económico.

Empero, cuando hay que escoger aliados la tropa es infinitamente más decisiva que los oficiales.

 

 

 

 

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