No afeminados. No obvios. No vestidas. No gordos. No pasivos. No intensos. No drogas. No maduros. No jóvenes. No morenos. No “en pareja”. No calientahuevos. No. No. No. No… es la eterna letanía que uno encuentra en los diferentes perfiles de la aplicación de ligue gay llamada Grindr.

En cambio, encontramos expresiones como: discreto, masculino, entre tal y tal edad, blancos, peludos “un plus”, lampiños “un plus”, twinks (delgados/ ultradelgados), musculosos, atléticos, fitness, bien dotados, “vergones”, activos, solteros, “con lugar”, “en este momento”, “sugar daddy” y las típicas descripciones que esperan un “príncipe azul” salido de un cuento de hadas de Disney.

La verdad es que en el fondo la aplicación no es mala, permite conocer múltiples contactos según lo que se busque, desde una plática, nuevos amigos, una salida casual al cine o al café, quizás una relación formal, una cita o meramente una relación sexual.

Como muchas otras, se trata de una aplicación que ha venido a llenar ese vacío dejado por la vida moderna, que deja muy poco tiempo para socializar en persona y atiende a una necesidad específica de un sector específico.

Sin embargo, en la interacción también muestra lo peor de cada persona, desde la falta de educación entre contactos, la homofobia (sí, también entre homosexuales hay homofobia), el sexting (que a veces deriva en casos de acoso, extorsión o robo de identidad), la reproducción de estereotipos discriminatorios (hay tantas muestras de rechazo hacia el gran abanico que implica la diversidad sexual) y un constante deseo por lo inmediato y efímero.

Pienso en esa esfera de realidad virtual y cómo la parte negativa también refleja a una comunidad gay zacatecana que vive con una homofobia interiorizada, que busca “discreción” en sus relaciones (así sean meramente sexuales) para no llamar la atención de una sociedad también homofóbica. Hay que reconocerlo, aún no llegamos a esa etapa en la que una pareja del mismo sexo pueda expresar su afecto en público.

Lo que me parece ya un exceso es esa necesidad de ofender y humillar lo que salga de esa “homonormatividad”, es decir, aquellas normas sociales que atienden a los estándares de la heterosexualidad, pero aplicados a la homosexualidad: el cuerpo como objeto de consumo, la erotización de lo masculino y el rechazo de lo femenino en un hombre, el clasismo, el racismo y otras tantas manifestaciones que veces me pregunto si no se convive con representantes del Frente Nacional por la Familia.

Alusiones aparte, me pregunto hasta qué punto esta homofobia ha tejido sus redes dentro de la comunidad LGBT+ y de qué manera se le puede sensibilizar para erradicar esas malas prácticas que, se quiera o no, son manifestaciones de discriminación. Bien dicen que la educación viene desde casa y, más allá de cualquier orientación sexual, hace falta fomentar una cultura del respeto.

La sexualidad humana es tan rica y tan variada que reducirla a lo socialmente aceptado es restarle matices a una paleta de colores. En estos tiempos también hace falta civilidad incluso en la forma de expresarnos en un medio virtual, que si bien ha ofrecido grandes ventajas para las relaciones sociales, también ha otorgado desventajas con malas prácticas desde el anonimato. Hay que tener tantita educación, por no decir “tantita madre”.