La pandemia del Covid, con toda su gravedad, también se nos presenta como una oportunidad de replanteárnoslo todo, porque se abre un debate inevitable sobre la manera en la que vivimos y en la que tendremos que vivir. Es una oportunidad de fortalecer nuestro sentido de comunidad, conversar, acordar y renovar nuestro contrato social para enfrentar mucho mejor todo lo que implica la vida en sociedad; pues el egoísmo es un vehículo para el miedo, y, en realidad, no es la competencia lo que ha logrado que la civilización se desarrolle, ha sido el trabajo colaborativo cuando nos fijamos objetivos comunes.
Cuando pensamos en cualquier realidad, lo hacemos desde un determinado universo de significados que han formado en nosotros una cierta imagen acerca de sus características, sus funciones, los puntos de contacto que tiene con nuestros intereses, los beneficios que nos puede prestar, y su sentido social. Pero no percibimos sólo el mundo en función de esquemas mentales y de experiencias pasadas, sino que también lo entendemos en relación con nuestros proyectos, nuestros deseos, y sobre todo, en relación con los demás. Y hablando de educación y de política, estas ideas que vienen a nuestra mente acumulan la carga histórica de significados y valores que están o han estado vigentes en algún momento histórico, social y hasta económico bien específico.
Uno de los puntos desde el que los latinoamericanos hemos visto y vemos tanto la política como la educación, es que las hemos designado como motor y camino para alcanzar visiones utópicas sobre la sociedad. La educación es considerada importante porque representa la oportunidad que tenemos para crear nuevas alternativas a los problemas que hay en nuestras sociedades; la política es la que nos mueve porque representa un medio a través del cual podemos echar a andar estas nuevas ideas; ambas son útiles para lograr objetivos que refuercen la cohesión entre los individuos y esta capacidad de cambiar juntos como sociedad.
Los seres humanos somos creadores de relaciones que nos vinculan con los demás porque siempre necesitamos a alguien. Requerimos de otros para explicar y construir el mundo, para darle sentido a lo que nos rodea y a nosotros mismos. Educación, socialización y solidaridad no pueden separarse, lo tocan todo, porque se construyen a partir de lo que vemos, hacemos y deseamos, y por lo tanto, también influyen en las relaciones sociales; y tiene que ver, no solo con las formas en las que vemos a los otros, actuamos ante y con ellos, también tiene que ver con lo que discutimos con ellos o las ideas que creamos a partir de las conversaciones sobre lo colectivo.
Por otro lado, la política es, el vínculo social que nos acerca con quienes compartimos los problemas de violencia, pobreza, insalubridad; las representaciones del mundo, rasgos sociales y culturales en general que forma este genérico nosotros. La política nos une a unos y nos diferencia de otros; puede sumarnos o bien, dividirnos. Por eso debe existir un equilibrio entre educar para crear y producir, reconociendo que sin una educación técnica que sea capaz de idear soluciones creativas y eficientes para los problemas de las sociedades, la política se convierte en un ejercicio estéril que será más un obstáculo para el desarrollo de nuestras sociedades; y educar para convivir con otros, para que la política deje de ser instrumento de indiferencia o enfrentamiento con los que son o piensan diferente; porque al final de cuentas, si la educación, los estudios y todos los títulos académicos del mundo no nos transforman éticamente, nos han servido de poco.
Está por iniciar una etapa inédita para la educación en México, los retos que implica para maestros, estudiantes, padres y madres de familia, son retos que requerirán de replantemiento de nuestras visiones del mundo. El mundo y gran parte nuestro país han centrado su atención en educar para la eficiencia y producción de soluciones, elemento importante para poder plantear alternativas creativas a los problemas del mundo; sin embargo, también es fundamental que hoy lo hagamos para reconocer que existen otros con los que compartimos el mundo, y que tienen los mismos derechos y distintas percepciones.
Por Lalo Rivera