Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz

El cinco de junio de 2016 el Director de Opinión de El País, tituló su participación como Deliberemos e inició así la misma: “Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer”, una cita de Pericles.

Hace tiempo que la reflexión sobre la aparente (y muy real) crisis que vive el sistema democrático liberal en el mundo, ha llevado a diferentes pensadores contemporáneos y estadistas a prestar atención a esta característica intrínseca, olvidada, de la democracia.

Es la deliberación, es decir, el debate informado, plural e incluyente el que por años dio vitalidad a las decisiones y con ello a la posibilidad de que el sistema de representación fuera no solo legítimo, sino práctico y eficiente para los ciudadanos de distintas naciones democráticas. Ello, con sus fallas cotidianas, excepciones que en efecto confirmaban la regla, permitió que distintas expresiones políticas pudieran sucederse en el poder sin entorpecer valores entendidos sobre lo que significaba el gobierno: un ente al servicio de los más, sin olvidarse de los menos, limitado por el respeto a ambos, pero también, entre ambos.

México ha vivido muy recientemente el posicionamiento del debate nacional como ingrediente de la vida pública. Apenas lo veíamos aproximarse, cuando de pronto, se esfumó. Fue el proceso de la transición, ya avanzada (quizá a partir del nacimiento de la Corriente Democrática en el PRI), cuando el debate sobre las visiones del país se pudo apreciar más allá de la discreta élite mexicana. Aunque el simplismo popular (por otros llamados populismo), apareció muy pronto (Fox, 2000), nuestra conversación pública se mantuvo más o menos sana hasta el proceso del desafuero del hoy Presidente Electo. Ahí adquirimos una grave enfermedad que acaso solo descubrió nuestras desigualdades y exclusiones: la polarización. A partir de entonces, de vez en vez y cada vez más, la intransigencia, la imposibilidad de entendimiento y sobre todo, la ausencia de seriedad y responsabilidad, aparecen a razón de cualquier diferencia. 

Hemos abierto la puerta a la anti-retórica y sus consecuencias las vemos muy pronto. Nos hemos deshumanizado en el proceso. Basta observar las actitudes sobre la Caravana Migrante y su ingreso al país para percatarnos de ello. Hay líderes (no me atrevería a llamarlos políticos, francamente) que han entendido muy bien que la pluralidad en la opinión pública, también trajo espacio para minorías vergonzantes apenas hace algunos años. De ahí apuestan a que nuestro sistema de representación proporcional y nuestros muy escasos candados para la participación electoral, les permitan una parte del presupuesto de los votantes.

Por ello mismo, deliberar es un ejercicio democrático que debemos suponer ineludible en esta nueva etapa de nuestra democracia constitucional. Hay que partir de la idea de que todo lo público esta expresado, cohesionado y forma parte de nosotros  a partir del lenguaje, la mejor forma de desentrañar y comprender lo que decimos y las razones de decirlo, es ésa: la deliberación.

Esta es una apuesta, que con la buena voluntad de la Dirección Editorial de este medio, que a partir de hoy me abre una ventana de expresión para con ustedes, los lectores, haré, asumiendo para mí, la más alta responsabilidad del poder de las palabras. Agradezco en todo lo que significa la oportunidad.

 

@CarlosETorres_