Por: Heraclio Castillo Velázquez
Transcurría la mañana del sábado 24 de febrero en el Campo Marte. Como todos los años, las fuerzas castrenses y autoridades de gobierno rendían honor al lábaro patrio en el Día de la Bandera. Y de pronto se alzó la bandera tricolor con el escudo de cabeza, mientras las cámaras enfocaban el rostro de un Enrique Peña Nieto a quien se le había borrado la sonrisa, colérico, pero guardando las formas.
Los mexicanos, ni tardos ni perezosos, muy hábiles en sacar leña del árbol caído, comenzaron una batalla de “memes” por las redes sociales sobre el acontecimiento. Entre estos mensajes hubo uno que se mantuvo constante: el sexenio de Enrique Peña Nieto dejó al país de cabeza. Varios más recordaron la anécdota del año previo, en la misma fecha, cuando la bandera se rasgó al momento de ser izada. ¿Señales? 2017 ha sido el año más violento en México en los últimos 20 años.
Algunos otros empezaron a elucubrar distintas teorías de conspiración orquestadas por el Ejército Mexicano, desde la rendición ante enemigos extranjeros hasta un llamado de auxilio entre las fuerzas castrenses. Incluso hubo quienes se atrevieron a asegurar que la bandera izada al revés significaba “que México quiere un cambio de gobierno” e invitaban a votar por cierto instituto político.
Después del incidente, se anunció una investigación para dar con la o las personas responsables de haber izado la bandera al revés e imponerle un severo castigo. Algo así como los desvíos detectados por la ASF, la Casa Blanca, Odebretch y algunas otras minucias… Al final, México se queda con un símbolo “de cabeza” y, muy de esos, rezando para que el augurio no se cumpla.
La bandera mexicana no fue el único símbolo que llamó la atención estos días. Tan solo el pasado domingo el monumento a Benito Juárez, en el jardín que lleva su nombre en pleno centro de Guadalupe, amaneció con una enorme pinta de grafiti que reza: “No a la masonería”. A diferencia del 2008, cuando el busto fue robado (este es el tercer busto del Benemérito de las Américas), en esta ocasión no se afectó a la escultura.
Hago énfasis en este punto porque, de haber sido otro el caso, hubieran robado el busto para aprovechar el metal, pero el daño se limitó a inscribir en grandes letras rojas un mensaje en contra de la masonería. Más allá de si Benito Juárez era masón o no, quienes vandalizaron el monumento dejan ver la pobreza de su pensamiento, aunque evidenciaron la falta de vigilancia de las corporaciones en el punto más céntrico de la cabecera municipal.
Comento estos dos casos porque se trata de emblemas nacionales que forman parte de nuestra identidad como mexicanos, aunque me llama la atención otra imagen, por curiosa. Hablo de la Virgen de Guadalupe. Si usted es barrio y ha entrado a esas colonias que a las autoridades les ha dado por llamar “polígonos en focos rojos” por los índices de violencia y delincuencia, verá grafitis por casi todas las paredes excepto en aquellas donde haya una pinta de “la Morenita”.
Culturalmente me llama la atención que al mexicano le pueden mentar la madre, pero a “la Morenita” no se la toquen. Y me llama todavía más la atención que el sigloide de un instituto político sea el mismo con el que se suele llamar a la Virgen de Guadalupe entre cierto grupo de la población: Morena. ¿Coincidencias? Astucia, quizá. Pero sociológicamente es interesante el análisis sobre la conducta de ciertos partidarios de este instituto político (un grupo bien definido) y cómo coincide con cierto fervor de un grupo que en su fanatismo idolatra a “la Morenita”.
Aclaro: no soy partidario de ningún instituto político y lo que menos me interesa es descalificar a un grupo por sus convicciones político electorales. Es cierto que cada partido tiene esta especie de “fervor” hacia sus institutos políticos o sus dirigentes, únicamente comento un caso que me llama la atención porque tiene una dinámica muy específica, aunque no es generalizada. Por fortuna, la vida política del país aún no se vuelve maniquea como en otras naciones divididas entre demócratas y republicanos.
Como mexicanos nos da por creer en augurios: ¿la bandera de cabeza en año electoral? Mejor pensemos en las cabañuelas. Desde la época prehispánica hemos vivido de signos y símbolos, de interpretarlos y reinterpretarlos. El México moderno solo institucionalizó el culto a estos emblemas y, como mexicanos, vivimos en la ignorancia de rendir homenaje a símbolos que la historia (oficial) nos ha obligado a creer.
¿Por qué hay quienes piensan que Porfirio Díaz fue el mejor presidente de México, mientras la mayoría de los mexicanos lo consideran el gran dictador de la historia moderna del país?, ¿por qué hay quienes creen fielmente en su líder político (sea del partido que sea) sin cuestionarse por el trasfondo de ese símbolo? Parece un dogma, pero recordemos que los dogmas los establece una institución. ¿Creer? Sí, pero también cuestionar para creer.