La pandemia nos encontró en un país en el que el 99% de los delitos quedan impunes y en el que muchas leyes son letra muerte. Un país en el que el Estado ha dejado tal vacío que hay regiones donde el narcotraficante de más rango es quien encuentra desaparecidos, resuelve secuestros, paga fiestas regionales, construye escuelas, organiza retiros religiosos y reparte despensas.
Hay otros países en cambio donde el control gubernamental incluye hasta la hora en la que se puede ducharse para que el ruido no moleste a los vecinos.
Esas diferencias tuvieron que aquilatarse en el diseño de la estrategia para generar el aislamiento social que frenara al nuevo Coronavirus.
Contrario al confinamiento obligatorio de muchos países, o al estado de alarma de España, en México se optó por centrarse en los por qué y no en los quiénes. En las motivaciones para salir, no en los sujetos que salían.
La estrategia fue entonces eliminar esas motivaciones; si los trabajos, las escuelas, los cines, teatros, parques y lugares de entretenimiento estaban cerrados no había razón para salir. Esto, más la concientizacion general de los peligros de salir y los llamados al lavado de manos constante y a mantener una sana distancia dio hasta el momento buenos resultados.
Se ha contagiado menos de la mitad de lo previsto y pese a estar en lo más álgido de la epidemia, la ocupación hospitalaria aún está a la mitad; con el aplazamiento del pico máximo hubo también suficiente tiempo para la contratación de personal de salud, reconversión de hospitales y adquisición de insumos médicos.
No obstante llegó ya el momento de rediseñar la estrategia según cada campo de batalla, y toca a los gobernadores mostrar sus habilidades tácticas.
En ese tenor, cada estilo (dictado en parte por las condiciones de cada quién) ha salido a relucir: en la ciudad de México por ejemplo se diseñó una página de internet que permite saber qué hospital tiene posibilidad de recibir pacientes y cuál está ya saturado; se entrega a domicilio un kit médico, una despensa y mil pesos en efectivo a los sospechosos de contagio para disminuir su necesidad de salir.
En Jalisco se adelantó casi una semana la Jornada Nacional de Sana Distancia y se apostó por lo coercitivo y “cero tolerancia” en el cumplimiento de medidas de protección adicionales como el uso de cubrebocas.
Esto generó un ambiente de autoritarismo que permite fácilmente la extorsión y el abuso policial como el que aparentemente llevó a la muerte al albañil Giovanni López, al ser detenido por municipales por no usar cubrebocas y luego aparecer muerto.
En Zacatecas lo más destacado ha sido el “hoy no circula”, y en lo municipal se apostó a túneles sanitizantes y la sanitización de calles no obstante que ambas medidas han sido consideradas ineficientes.
En días recientes la gran paradoja: se regañó por haber aumentado la movilidad, pero se llamó a parte del personal gubernamental a laborar sin que desistan de ello hoy que el semáforo está en rojo y solo debería haber actividad esencial.
También se reabrió Plaza Galerías, y antros y bares anuncian su regreso sin que autoridad alguna parezca mover un dedo al respecto.
Hoy que el autoritarismo no parece opción frente a las consecuencias mostradas tampoco servirá de mucho quedarse con que “la gente no entiende”.
La verdad es que tampoco hay un esfuerzo gubernamental por entender a quien sí sale.
¿Sabe la autoridad por qué sale la gente a la calle?, ¿Los mandan llamar de sus empleos?, ¿realizan trámites en el banco?, ¿Van por víveres o medicamento?, ¿Es la necesidad de distracción?, ¿La necesidad de ganarse la vida? ¿Hay algún estudio serio al respecto más allá de la especulación?
Si tuviéramos esa información quizá podría buscarse la estrategia para evitarlo. Se podría sancionar a los centros de trabajo que no respeten el semáforo, se buscaría promover soluciones digitales con los bancos, se establecería servicio a domicilio en compras de mandado (como lo hace el ayuntamiento de Guadalupe), se podría buscar alternativas de entretenimiento desde casa, por ejemplo clases de activación física en las redes del INCUFIDEZ, o mayor difusión de las actividades culturales, etc.
Si supiéramos el por qué estaríamos más cerca del cómo.
También tendríamos un clima social más sano donde predominara el “¿Cómo ayudo al otro?” en lugar de los dedos que señalan y sentencian “es culpa del otro”. Valdría la pena intentarlo
Por Lucía Medina Suárez del Real