Por: Lucía Medina Suárez del Real

Esa cultura aspiracional tan cotidiana en nuestro país, que vende telenovelas y prensa rosa, que hace admirar y no denunciar el derroche, nos ha acostumbrado a ver en nuestros gobernantes a lo más cercanos a familias reales que tienen que lucir alta costura y vivir con lujos porque haciéndolo ello nos hacen pensar que estamos a la altura de otros lugares donde eso es más accesible para la población en general.

Ha sido tan intensa esa costumbre, que se ha equiparado el llamado “buen gusto” con el “mucho dinero” y tiende a confundirse el precio de las cosas con el valor de las mismas.

Así, se fomenta pues en la cultura ciudadana las ganas de ver qué vestido llevó la esposa del presidente a la fiesta del Grito de Independencia y asumir que entre más costoso haya sido entonces estamos más dignamente representados en un banquete inaccesible para los simples mortales.

Más de una vez, con orgullo se ha hablado de que una “primera dama” mexicana está entre las listas de las mejores vestidas, y se juzga también a funcionarios públicos –particularmente a las mujeres- más por su forma de vestir, que por su desempeño.

Paradójicamente esa cultura habla más del “poco mundo” de quienes se enorgullecen de cumplir esos cánones porque justamente éstos están cambiando.

Michelle Obama logró la simpatía y afecto popular, además de su preparación y carisma, por alejarse de eso que hasta ahora se consideraba políticamente correcto. Al contrario, uno de sus mejores momentos fue precisamente cuando lució un vestido de apenas 20 dólares que se convirtió en la sensación por ser el que “la primera dama” portaba.

Si no se hace por justicia social, auténtica sencillez o principios, cuando menos porque el canon está cambiando tendría que revalorarse ese anhelo de equiparar el despilfarro con la elegancia.

Por citar un ejemplo, en la más reciente boda de la realeza inglesa, destacó la sencillez del vestido de la novia e incluso fue noticia que la Reina Isabel y Kate Middelton usaron prendas que anteriormente ya habían utilizado.

Así lo hizo también Steve Jobs en sus últimos días, renunciando a la ropa de marca y vistiendo con sencillez.

Es sí, si así se quiere, la cultura hipster y la generación millenial quienes están reformulando lo que antes se asumía como “deber ser” sobre todo de quien se asumía –ególatramente- como ejemplo. El caso es que entre la conciencia ecológica y una cultura cambiante, estamos viendo que cada vez se acepta más la sencillez y se condena más lo ostentoso.

Pero en nuestro país no sólo ha sido en el vestir donde se ha dado el despilfarro. También en los viáticos para el turismo legislativo, ejecutivo y político, en los automóviles y camionetas, en el número de elementos de seguridad porque se asumen no como una necesidad sino como una muestra de importancia, y también en banquetes y francachelas con cargo al erario.

En eso también se ha caído incluso en los salarios y sueldos de los gobernantes, en ocasiones más altos que los de sus pares en otros países con mejores condiciones económicas que la de México.

Por tener mayor visibilidad, se reprocha –y con razón- los altos ingresos que tienen diputados y senadores, sin embargo hay muchos otros cargos de los que ni siquiera tenemos en la memoria nombres y funciones que tienen salarios aún más ominosos.

Según las cuentas de @AntiTelevisaMX, un consejero de la Judicatura, un magistrado del Tribunal Electoral y un Ministro de la Suprema Corte de Justicia ganan en promedio alrededor de 390 mil pesos. No se queda atrás un consejero del Instituto Nacional Electoral que cobra casi 250 mil pesos mensuales; el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos cobra 243 mil pesos, y el gobernador de Banxico 240 mil pesos.

En honor a la verdad, es tan bajo el poder adquisitivo del dinero que si se les compara internacionalmente, es probable que haya gente en empleos de mucha menos responsabilidad y trabajo que generen esos ingresos. Sin embargo, en la comparación con lo local, con lo que ganan millones de mexicanos, estos salarios son insultantes.

Además, es bien sabido que el lugar común de todo gobernante ante las exigencias ciudadanas es “no hay dinero”. Algo de razón puede haber en ello por la mala planeación y distribución de los recursos, además de la dominante corrupción que hay en todos los niveles.

Pero, en un país donde se gasta el triple del presupuesto de la Universidad Autónoma de Zacatecas en un avión, ¿cómo puede decirse que no hay dinero? Aquí donde se crea un monumento como la Estela de Luz por mil 304 millones de pesos que es la mitad de la deuda de la UAZ, ¿cómo puede responderse que “no hay dinero”?

En ese escenario la austeridad es una exigencia ciudadana general para todos los colores, partidos, poderes y niveles de gobierno.

Lo saben, y usándola como bandera, se niega herramientas de trabajo a empleados de bajo nivel, y se justifica falta de material y equipo.

Pero esta hipocresía no podrá sostenerse por mucho tiempo, cada vez más hay acceso público a la información que desnuda sus mentiras, y también hay una mayor cultura ciudadana por mantenerse vigilante de los excesos.

Quien permanezca en esa falsedad será juzgado quizá incluso más severamente que los cínicos que se niegan a entender que la austeridad es urgente y obligada.