Selene Lamas
Son las 2 de la tarde. El sol baña las calles y el calor arrecia en el centro de la ciudad. Eso no detiene a nadie. La marea corre silenciosa y sube rápidamente, vienen de tantas direcciones que nadie sabe de dónde salen. La mayoría acude en grupo y algunas, muy pocas, van acompañadas por sus parejas. Caminan juntos, tomados de la mano, mientras que del otro brazo de ellas penden lienzos con las más crudas verdades. Al acercarse al contingente se abrazan, se dan un beso y ellos se alejan. Es una marcha separatista. Lo saben y se retiran. Muchas llegan en busca de la colectiva a la que pertenecen. Otras se paran y checan la lista para elegir a cuál se sumarán.
El ánimo vibra en el ambiente, para muchas es su primera marcha, otras llevan toda la vida luchando. Pero ahí, una son todas y todas son una. La sororidad se respira en el aire. Hay quienes llegan con bebés de brazos, otras acuden con niñas de kinder y primaria y muchas más con sus hijas adolescentes. En algunos casos asisten integrantes hasta de tres generaciones.
Dan las 3:30 y el contingente inicia su marcha, va flanqueado por observadoras de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Zacateca, debidamente organizado. Los cánticos y las consignas inician, la adrenalina se dispara y los ánimos se encienden. En el sentido opuesto de la calle los autos circulan con normalidad. Muchos, conducidos por mujeres, suenan el claxon y levantan su puño en señal de apoyo. En los primeros tramos, el contingente sigue nutriéndose, varias no alcanzaron a llegar al punto de reunión y en el transcurso se van incorporando.
Al llegar al puente de la Plaza Bicentenario inicia un barullo… sobre el puente están las madres buscadoras de personas desaparecidas y en señal de solidaridad despliegan grandes mantas rojas que semana a semana tejen para exigir el regreso con vida de sus descendientes. El momento es de sobra emotivo; las de abajo gritan que vuelvan, las de arriba suplican porque ya no desaparezcan. Más adelante, un hombre graba con su celular, parece estar filmando para algun@ familiar que no asistió. La acción no es bien recibida. Un grupo de muchachas se acerca y le informa que no puede grabar, el hombre se desespera y les grita que tiene hijas y esposa y que solo las quiere apoyar. Le reiteran que no puede documentar.
Después, al ingresar a las calles del Centro Histórico el bloque de las chicas de negro se manifiesta con pintas en las paredes y contra varios negocios, en su mayoría, sucursales bancarias y franquicias de trasnacionales que simbolizan el capitalismo globalizado y que tienen en su haber denuncias de sobreexplotación y comercio injusto. Muchas personas que contemplan la marcha susurran y se escandalizan, sin embargo el grueso del contingente protege a las encapuchadas. Después, al tomar la avenida Hidalgo, dos patrullas encabezan la marcha y por un altavoz lanzan la siguiente advertencia:
-“Se le pide a todos los masculinos que se alejen en la medida de lo posible… vienen muy agresivas”.
En respuesta, dos adolescentes abren mucho los ojos, exhalan y señalan:
– ¡Que bárbaros! si así nos cuidarán a nosotras…
La marcha continúa y en la esquina de Portales se arremolinan varias colectivas, los gritos de denuncia son tan fuertes y tan sentidos en las adultas y hasta en las niñas que una pareja que las ve desde la acera no logra contener las lágrimas.
Más adelante, poco antes de llegar a Plaza de Armas, el contingente vuelve a detenerse. Como cada año la Catedral basílica está protegida con vallas metálicas y reforzada por un cinturón humano de mujeres policías y feligreses al que de frente le gritan:
– !Saquen sus rosarios de nuestros ovarios!
Enseguida la multitud arriba a la Plaza de Armas, hay coraje, hay rencor y hay dolor por las muchas hijas, madres y hermanas que ya no están. La ira contra un Estado que ha abandonado su labor de proteger no se hace esperar. El Palacio de Gobierno sufre los embates de la indolencia de sus ocupantes y sobre sus paredes se derraman y se queman los lienzos que albergan solo profundas ansias de justicia.