Por: Heraclio Castillo Velázquez

Hace unos días el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) daba cuenta de que en Zacatecas se han creado y formalizado 16 mil 933 empleos en lo que va de la administración de Alejandro Tello Cristerna (cifras a junio 2018). Por su variación anual, el estado se ubicó como el tercero a nivel nacional con mayor crecimiento en el último año (cifras a mayo de 2018), con un 7.5%, superior al 4.5% que se promedió en todo el país.

 

Como se recordará, el actual gobernador estableció el compromiso de generar y formalizar al menos 40 mil puestos laborales durante los 5 años de su administración, lo que indicaría que al segundo año de gobierno se ha alcanzado ya el 42.3% de la meta.

 

Pero no todo se trata de generar trabajo a diestra y siniestra; en la dinámica laboral influyen muchos factores, desde el salario, las prestaciones, las condiciones de cada espacio laboral, la rotación de personal, la seguridad en el trabajo, la retención de impuestos, la atracción de inversiones, capacitación, competitividad, mano de obra vinculada con la dinámica del desarrollo económico, emprendimiento, productividad, mercado externo, etcétera.

 

Mi comentario va sobre el factor humano que hace posible toda esta dinámica laboral, tanto en el sector público como en el privado. Recordarán que hace unas semanas el mandatario estatal declaraba en entrevista que el gobierno no es una agencia de colocación. Tiene razón, aunque si viéramos al gobierno como una empresa, no precisamente se tiene a los mejores perfiles y el supervisor (por llamarlo de alguna forma) parece pasar por alto las omisiones que reducen la productividad del sistema.

 

En mi trayectoria laboral me he desempeñado en diferentes espacios de la iniciativa privada y del sector público y en cada uno he tenido diferentes funciones, salarios y condiciones para ejercer mi trabajo, muchas de las cuales no figuran en un currículum o a veces las omitimos por pensar que no son de relevancia. Pero la dignidad es un elemento fundamental para entender esta dinámica.

 

En mis años de estudiante de preparatoria (y algunos mientras cursaba la Licenciatura en Letras) me dediqué a vender pasteles y pays para financiar mis estudios. Me recuerdo en el camión de las 6:30 de la mañana para llegar puntual a mis clases con montones de bolsas y morrales donde traía mi mercancía y aunque algunos criticaran mi trabajo, gracias a esa actividad pude continuar mis estudios.

 

Un tiempo después trabajé en una librería como empleado de mostrador. Eran turnos de ocho horas, de lunes a domingo, incluyendo días feriados. Como el resto de los trabajadores (incluyendo la gerente), no teníamos seguridad social ni prestaciones y, a pesar de la jornada laboral tan extenuante, fue un trabajo del cual aprovechamos el aprendizaje que nos brindaba. Luego surgió una oportunidad en le medio periodístico como corrector de estilo y fue otra etapa de nuevas experiencias, ya con prestaciones, mejores condiciones laborales, aunque los horarios seguían siendo complicados (¿quién dijo que el periodismo es miel sobre hojuelas?).

 

Años más tarde me enfrenté al desempleo por unos meses y pensé que ya todo estaba perdido. Sin embargo, empecé a trabajar en una empresa de pinturas como chalán, como usualmente le dicen a los ayudantes que no tienen una función específica. Inicié en ventas de mostrador, para luego aprender igualación de pintura, cotizaciones, pago de impuestos, declaraciones fiscales, dispersiones de nómina, altas y bajas en el IMSS, gestión y cobranza, entre otras funciones que no figuran en un currículum, pero fueron parte de la experiencia adquirida en mi paso por esa empresa.

 

Era el trabajador que percibía el menor sueldo. Para compensar, me dediqué a la corrección de estilo a fin de tener al menos un ingreso extra que me permitiera ajustar con mis gastos (parecería increíble que un sueldo no ajustara para una persona soltera y joven, pero esa es la realidad que enfrentamos muchos mexicanos). Luego surgió otra oportunidad en la iniciativa privada, otra vez en el periodismo, y de ahí continué mis pasos hacia el servicio público.

 

A lo largo de los años, en los diferentes espacios donde estuve, pude darme cuenta de que había en general dos clases de personas (por muy maniqueo que parezca): quienes se entregaban a su trabajo y quienes simulaban trabajar. Pero cuando ofreces un servicio (en el sector público o privado) parece común encontrar a quienes pretenden humillarte y ofenderte por la función que desempeñas. Siempre he dicho que cuando alguien necesita un trabajo, se nota. Y cuando un trabajo se hace con dignidad, no hay ofensa que pueda derrumbarte.

 

¿A qué viene toda esta reflexión que parecería discurso motivacional? Si en Zacatecas se le apuesta a la generación y formalización de empleos, habría que pensar en ofrecer condiciones dignas de trabajo (en el sector público y el privado) para que las personas también puedan tener un trabajo digno y trabajen con dignidad, aunque lo segundo sea más una convicción personal. Fomentemos al menos lo primero.