Cuesta trabajo saber si la politización de las conversaciones a nuestro alrededor es producto del espacio que han dado los medios de comunicación a todo lo relacionado con las elecciones del próximo 1 de julio, o bien, si la amplia cobertura que se da a las campañas busca satisfacer un deseo de las audiencias.
Los innumerables espacios de debate con representantes de candidatos y de partidos políticos en los foros más diversos, nos hacen creer que hay un auténtico y extendido interés público por las elecciones presidenciales que tendrán lugar en mes y medio.
La gente parece cada vez más consciente de que la situación económica y de inseguridad no cambia por cuántas veces se diga “por favor” y “gracias”, por más amables que seamos con los vecinos, usemos el cinturón de seguridad en los autos, y todas las otras formas de “cambio en uno mismo” que se nos ocurran.
La inconformidad por la situación del país es indiscutible, sin embargo, ni el dólar rosando los veinte pesos, ni el aumento de cinco pesos por litro de gasolina ha generado las grandes protestas, los boicots, o los saqueos (cuya veracidad está en duda) que hemos presenciado en otros momentos.
Las esperanzas están fincadas en el 1 de julio. Para un amplio sector, la apuesta es que en esa elección se dé un cambio de rumbo para el país.
Pendientes de que ese día llegue, y alertas por lo que ocurra de aquí a entonces, los niveles de audiencia del primer debate presidencial rompieron récord, y con frecuencia los programas donde discuten representantes de los candidatos y partidos tienen algo de resonancia.
Entretanto, Televisa revivió su programa Tercer Grado para hacer comparecer ahí a los candidatos presidenciales, tal como se negó a hacerlo en 2006, y en un tono muy distinto al que lo hizo en 2012.
El primero en acudir fue Andrés Manuel López Obrador, y la diferencia en cómo se le trató esta vez, en comparación con hace seis años, quedó muy bien resumida en las palabras con las que Leopoldo Gómez inició la conversación: ésta vez, dijo el vicepresidente de Noticieros Televisa, la pregunta en la mente de todos no estaba en qué haría López Obrador si perdía las elecciones, sino al contrario, en qué sucedería si ganara.
Tan contrastante fue el trato que el hastag #TelevisaApapachaAAMLO se hizo tendencia en redes sociales.
Habrá que apuntar que en algo ayudó al tono cordial el cambio de actitud del propio Andrés Manuel, que lejos del “serénate Adela” que aunque tono juguetón, le espetó a la Micha hace seis años, ahora hasta se disculpó con López Dóriga por haber alzado la voz.
Luego del candidato de Morena, fue el turno de José Antonio Meade, quien estrenó en ese programa su relanzamiento, luego de la salida de Enrique Ochoa de la presidencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que lo postula.
Se le vio con más rienda, yendo más allá del discurso anodino y ensayado que parecía más propio de un gerente que sabe recitar de memoria la política de la empresa, que de alguien quien aspira a tomar decisiones políticas.
Pero lo que natura no da, asesores no prestan, y la participación del candidato pareció un anti-homenaje a López Obrador por el tiempo que le dedicó a criticar al tabasqueño. Fue también este programa donde se arruinó la estrategia de campaña de hacer lo ver como un estadista con diagnóstico y propuesta bajo el brazo en un libro de próximo lanzamiento. Nada de lo que se diga en los próximos días al respecto podrá hacer olvidar que la primera vez que se habló de este libro, el supuesto autor no recodaba ni su nombre.
El tercer participante en el programa fue Ricardo Anaya, quien salió quizá con la peor parte. En primer lugar porque estando en el canal de televisión más visto de México, dedicó su tiempo a hablar de las cualidades de la forma de gobierno de Alemania, muy lejanas a las condiciones de México, y también, al parecer inalcanzables a él, cuya trayectoria se ha constituido con base en las divisiones y no de las sumas, como se lo mencionaron.
Esto además, complicaba su propuesta de formar el primer gobierno de coalición que fue exhibido por los periodistas como una repetición del Pacto por México en el cual su partido participó, pese a lo mal que habla el candidato de él.
El peor golpe fue cortesía de Denise Maerker quien no tuvo más que hacer el recuento de su trayectoria para exhibir la inexperiencia ejecutiva de Anaya, pues en sus credenciales no ha estado ni siquiera ser presidente municipal, y la única vez que ha aparecido en las boletas, apenas logró un 8 por ciento, en una tierra tan panista como Querétaro.
Ya medidos, los candidatos preparan sus mejores dotes de oratoria para el siguiente. La estrategia dependerá de lo que cada uno tenga qué ganar o qué perder. Y bajo esa premisa habrá que analizarlos.