Por: Heraclio Castillo Velázquez
Hace unos días asistí a una celebración en la que los principales festejados eran menores de entre 12 y 15 años de edad (el motivo del festejo es irrelevante para esta colaboración). Entre la algarabía de los jóvenes llamó mi atención una pequeña que a lo sumo tendría unos 12 o 13 años de edad. Recluida en una esquina, cargaba con un bebé recién nacido a quien alimentaba y cambiaba los pañales o lo acurrucaba mientras el resto de sus compañeros disfrutaba de la fiesta preparada para ellos.
La menor así permaneció todo el festejo, mirando de reojo a sus compañeros con cierta tristeza. Cuidaba a un bebé, su bebé, y en ningún momento tuvo oportunidad de integrarse a la celebración para reír como todos los presentes. La pequeña forma parte de las estadísticas que otorgaron a Zacatecas el tercer lugar a nivel nacional en embarazos entre adolescentes este año. Al verla, mi pensamiento fue: “toda una vida por delante y ahora carga con la responsabilidad de un adulto”.
Su caso despertó algunas interrogantes que ya me había hecho con anterioridad. Vivimos en una época donde la información está al alcance de casi cualquier persona. Se han impulsado campañas hasta el cansancio para la prevención de embarazos entre adolescentes (muy a pesar del Frente Nacional por la Familia). Incluso hay mayor apertura respecto al inicio de la vida sexual entre los jóvenes. ¿Pero hasta qué grado?, ¿a qué edad es conveniente?, ¿bajo qué circunstancias?
Aclaro: no soy hijo de la Vela Perpetua ni mucho menos. Creo que los jóvenes también tienen derecho a disfrutar de su sexualidad de manera informada y en un entorno seguro. Pero casos como el que describo me llevan a pensar si realmente se está llevando la información correcta a los adolescentes o en qué medida esta información ha incidido en la prevención de embarazos e infecciones de transmisión sexual. ¿Hasta qué punto esta menor pudo decidir sobre su embarazo?
Tengo la impresión de que estas campañas de prevención se centran en la responsabilidad de la mujer para evitar un embarazo a temprana edad y no se involucra a los varones en esta dinámica. En definitiva, tenemos jóvenes con una vida sexual activa, informados, pero donde sigue imperando una cultura en la que las mujeres son las únicas responsables de un embarazo. Lo bueno que prohibiendo el matrimonio entre menores de edad se redujeron los indicadores de embarazos en adolescentes… ¡Ups!
Sin embargo, el problema se agudiza al considerar el gran uso de redes sociales y aplicaciones de ligue en los que participan activamente millones de menores de edad en el mundo, y Zacatecas no es la excepción. Sabemos de casos de menores (principalmente mujeres) que han sido contactados a través de estas redes sociales por adultos que con el tiempo abusan sexualmente de ellos (en el mejor de los casos). A esto se agregan aplicaciones como Grindr o Tinder, por lo visto ocultas a los ojos de los padres, donde hay adultos que operan bajo el mismo esquema.
Hay menores, hombres y mujeres, que mienten sobre su edad con tal de participar en esa especie de “ritual social” de la sexualidad en la juventud. ¿Escandaliza? No debería. Desde el hogar se ha fomentado esta especie de “precocidad” en la vida sexual de los jóvenes y se refuerza en el ámbito público, especialmente en la escuela. Desde la sociedad presionamos a los jóvenes a que vivan más deprisa, a que maduren con mayor rapidez e incluso se salten etapas fundamentales para su desarrollo.
Vestir a los niños como adultos ya no resulta tan “gracioso” cuando de pronto vemos a pequeñas de apenas 10 u 11 años cantando “A mí me gustan mayores…” (¿ha escuchado las aberraciones que dice la letra de esa canción?), moviendo la pelvis en una danza que invita al goce sexual frente a hombres, efectivamente, mayores que ellas a quienes se les ha educado en el “valor” de coleccionar “conquistas sexuales”.
También hace unos días supe de un caso de un menor de apenas 13 años que participaba en la aplicación de ligue llamada Grindr, por supuesto, con una edad mayor a la que tenía. El menor fue infectado con VIH por algún adulto malintencionado que, sin mayor problema, terminó con una vida que apenas despertaba a la juventud. Efectivamente, falleció hace pocos meses. ¿Cuántos casos más habrá por ahí y de los cuales somos ignorantes, al igual que sus padres, al igual que nuestras autoridades?
En definitiva, me sigo declarando a favor de que los jóvenes puedan disfrutar de una sexualidad informada, que sea la voluntad la que determine su deseo (no la presión social ni el chantaje ni la extorsión), que se involucre a los hombres en la responsabilidad de una vida sexual activa (y no solo a las mujeres) y que se restrinja el acceso de los jóvenes a aplicaciones donde estarán expuestos al deseo de adultos sin escrúpulos. Los padres también deberían ser consejeros, no jueces, para los jóvenes que vienen al mundo con tantas dudas sobre estos temas. La sexualidad no es mala, pero genera graves consecuencias cuando se ejerce sin responsabilidad.