El mismo México que se indignó cuando le llamaron violador y “Bad Hombre” a un mexicano en Estados Unidos, es el mismo México que descalifica a otros mexicanos y les llama indios. El mismo México que recibe las Remesas que envían sus parientes, es el mismo México que exige a gritos se le niegue la oportunidad a un joven mexicano, que etiquetan como vago o nini, de estudiar y buscar una mejor vida; un rugido de odio se apodera de nosotros… y se enraíza bien hondo. Hemos estado tan ocupados discutiendo sobre quien tiene qué y de que color es su piel, que olvidamos que México se construyó gracias a la migración y el mestizaje, esa es la causa del desarrollo y auge de las culturas más importantes en el mundo; y, con todo y eso, las diferencias ya nos cruzaron a nosotros, nos dividieron.
Por ahí de 1945 un filósofo de nombre Karl Popper escribía “La Sociedad Abierta y sus enemigos”, en donde planteaba que, si la tolerancia llegara hasta aquellos que son intolerantes, se logrará la destrucción de los tolerantes y la desaparición de la tolerancia. La paradoja de la tolerancia sugiere que, mientras sea posible, debemos contrarrestar posturas intolerantes con argumentos racionales; sin embargo, también aclara que reclamemos el derecho a prohibir esas posturas cuando se utilicen como armas arrojadizas contra cualquier discurso racional, y se nos quieran ser impuestas a través de la violencia en cualquiera de sus formas, incluyendo el humor que ridiculiza y reproduce estereotipos negativos. Por ello es que la sociedad abierta debe, en nombre de la tolerancia, exigir y ejercer el derecho a no tolerar la intolerancia.
Pienso que es muy válido que Chumel Torres (que, aunque no me agrada, he de reconocer que es un interlocutor legítimo de esta democracia) decida expresarse, al final de cuentas todos los mexicanos tenemos derecho a la resistencia y a la libre expresión. SIN EMBARGO, debemos ser conscientes de lo que implica el contenido de la expresión, y no la expresión en sí misma; porque lo preocupante es que la manifestación de las ideas esté motivada por el odio y no por la construcción de una realidad en donde quepamos todos. Vamos, es cierto que en los momentos donde todo parece incierto, lo que menos podemos hacer es ocultar nuestras afinidades, porque buscamos la certeza a través de la cohesión, de la unión con otros que piensan lo mismo; pero en México no podemos seguir permitiendo que el resentimiento domine la nueva articulación de lo público, y esa es una tarea de todas las identidades.
Popper comenzaba su libro diciendo que, si se quiere que la civilización sobreviva, debemos dejar de idolatrar a los “grandes hombres”, porque ellos también pueden cometer grandes errores, como los que se han cometido en contra de la libertad y la razón. Habiendo dicho esto y reconociendo que el primer paso para combatir las desigualdades y opresiones es enunciarlas, ¿qué tan necesario es que Andrés Manuel siga polarizando y aludiendo a los antagonismos cuando habla de conservadores y liberales? Entiendo que la suya es una lucha por desarticular los discursos que van en contra sentido a la búsqueda de la consolidación de una nueva hegemonía, pero el discurso hegemónico también se defiende desde las acciones y los resultados, no sólo desde la retórica; trabajar también es una práctica discursiva, no decir nada también es una práctica discursiva. Creo que este es un momento crucial para disminuir ese sentido polarizante, sacudirnos la discriminación y buscar nuevas interlocuciones que permitan la construcción de una oposición de calidad; porque la construcción de los discursos es una responsabilidad de todos. La articulación de la oposición está íntimamente ligada a la calidad del discurso dominante.
Hace unos años Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos, y en México no podíamos creer que ese país escogiera como su líder a un racista confeso, un líder que discrimina al mexicano a un grado tal, que hace casi un año un joven norteamericano perpetuó un tiroteo en El Paso cuya motivación era matar al mayor número de mexicanos posibles (murieron 8). Nos volteamos a ver al espejo y nos parecemos mucho a quien decíamos detestar. Hoy y siempre México debe ser la antítesis del odio hacia lo diferente, de la homogeneidad cultural y racial.